Las calles de mi barrio se han llenado de carteles convocándome a una manifestación mañana, y por más que leo la letra pequeña no encuentro por ninguna parte a los convocantes. No sólo en mi barrio: más de 800 ciudades en todo el mundo tienen carteles similares, y en ninguno de ellos aparecen partidos, sindicatos, organizaciones, colectivos ni particulares que se responsabilicen de la manifestación.
Podríamos pensar que la protesta global de este 15-O, que de Nueva Zelanda a Alaska recorrerá el planeta, no identifica convocantes porque no los tiene, porque no hay ninguno, o porque somos todos, los ciudadanos los que nos autoconvocamos. Pero no: el problema es que no hay cartel lo suficientemente grande para que quepan todos los que mañana nos sacarán masivamente a la calle.
En mi caso, los que me empujan a manifestarme no son mis vecinos indignados, pese a que no han descansado un minuto desde hace meses para mantener viva la protesta, sino la Unión Europea, el BCE, el FMI, los mercados, los bancos rescatados y los que están por rescatar, Merkel y Sarkozy, Fernández Ordóñez, y por supuesto, a la cabeza de los convocantes, el gobierno de Zapatero con sus reformas, ajustes, cambios constitucionales y su incapacidad para dar una solución a los parados, los desahuciados y los muchos afectados por la crisis y las políticas anticrisis.Y no me refiero a las asambleas del 15-M, ni a Democracia Real Ya, ni a Occupy Wall Street, ni a otros movimientos ciudadanos que estos días empapelan las calles y llenan la Red de mensajes. No, yo hablo de otro tipo de convocantes, los involuntarios, que son los que más han trabajado para desbordar nuestra paciencia e incendiar nuestro malestar.
En mi caso, los que me empujan a manifestarme no son mis vecinos indignados, pese a que no han descansado un minuto desde hace meses para mantener viva la protesta, sino la Unión Europea, el BCE, el FMI, los mercados, los bancos rescatados y los que están por rescatar, Merkel y Sarkozy, Fernández Ordóñez, y por supuesto, a la cabeza de los convocantes, el gobierno de Zapatero con sus reformas, ajustes, cambios constitucionales y su incapacidad para dar una solución a los parados, los desahuciados y los muchos afectados por la crisis y las políticas anticrisis.
Y no son los únicos: desde las grandes movilizaciones de la primavera no han dejado de sumarse convocantes, empeñados en cabrearnos. Ahí están los gobiernos autonómicos que meten tijera a la educación o la sanidad, los responsables policiales que en Cataluña persiguen a los indignados hasta en los juzgados o los que en Madrid distinguen entre laicos y papistas; también quienes desde la derecha política y mediática intentan criminalizar la protesta, y los políticos que lanzan torpes guiños a quienes piden más y mejor democracia. Todos ellos hacen más por indignarnos que el francés Hessel, y mañana les corresponderemos como se merecen.
Autor Isaac Rosa
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