Resulta especialmente obsceno y repugnante en estos tiempos de penuria laboral y crisis meterse por el oído las cifras de ese macrojuicio de Marbella, cuyos encausados pusieron en escena el mayor escándalo urbanístico de la historia de este país (que se sepa, claro). Cerradas las heridas de una guerra fratricida, parece que estamos condenados a mantener esa constante de las dos Españas rimadas por el poeta.
Ya no aparecen enfrentadas por el discurso político, que hoy las ideologías desnortadas son un revuelto de setas. La derecha defiende al obrero -al menos mientras no tenga el poder- y la izquierda virtual se ocupa de los recortes sociales. A las dos Españas diferenciadas del siglo XXI las divide el euro facilón en honrados y ladrones, y una de ellas, la España choriza, se sienta estos días ante el juez después de embolsarse, en esta afrenta contra los honestos municipios, un buen puñado de millones. Dinero público, de todos, extraído con rapiña chabacana, por más que aderezada de chaneles, mirós, cadenas de váter forradas de oro, colgantes refulgentes, modelitos, gafas de sheriff y facturas sonrojantes. Burlas sobre burlas, burlas y guiños al mal gusto.
Llegaron los 40 ladrones en sus ferraris. Uno de ellos dijo: Ábrete sésamo. Los goznes chirriaron, y entraron todos. Sobre la cueva podía verse escrito: Ayuntamiento de.........(rellénese la línea de puntos).
Los hemos visto por la tele, con su descaro, su palabra soez, sus tics de haberse hecho ricos en un cursillo acelerado... y una cara de pedernal bien cincelada por su falta de conciencia. Rabia produce verlos entrar con el gesto risueño y descarado por esa alfombra mediática que los conduce al juicio, mientras un público memo pierde el tiempo contemplando el espectáculo brindado por esa cínica corte de los milagros. Vamos ya tan surtidos de mangantes que nos cuesta enfadarnos, reaccionamos a caballo del pasotismo, aupados a la montura de la indiferencia y asiendo el ronzal de la impotencia. La España chorizatiene por delante unos cuantos sumarios abiertos de operaciones bautizadas de mil ingeniosas maneras, pero, en el fondo, sólo son eso, gentes sinvergüenzas que putean a la democracia, estafan con el mayor descaro y se descojonan de la otra España, la que no roba, la de los curritos que madrugan para amarrarse al tajo durante ocho horas. Y se ríen, también, de esos cuatro millones de parados, de los enfermos, de los débiles, de los corazones nobles, de la miseria ajena. Sus bocas de tiburones muestran dientes de sobra para esa carcajada brutal. Se ríen de todos porque de todos abusan, se llevan el dinero público, el de la enseñanza, el de la sanidad, el de las necesidades sociales, van a golpe de pelotazo y cuando los pillan, la democracia herida los acoge y los trata como respetables ciudadanos, como trataría a cualquiera por saltarse un semáforo, porque, ellos lo saben, las leyes les protegen y las usan y retuercen hasta moldearlas a su gusto con los alicates de brillantes abogados. Y no se trata, qué va, de ensañarse con la Costa del Sol, bien sabemos aquí que la condición de chorizo medra por encima de fronteras, así tengas una muga foral y creas estar a salvo de rapiñas. Nadie duda de que a cualquiera le puede nacer un desahogado en la propia familia; ocurre, no obstante, que esta chorizada de Marbellaes como el paradigma de todas las toneladas acumuladas de embutido nacional; indigna que la operación malaya maneje cifras de vilipendio contra una democracia tantos años ansiada. Los ladrones del dinero público deberían limitarse a actuar en regímenes totalitarios, donde el sátrapa y sus allegados amasan fortunas, por lo que pudiera pasar, pero son espurias en un sistema participativo que prima la voluntad colectiva. A menos que robásemos todos, se provoca una desigualdad entre el chorizo, que se lo lleva crudo, y el ingenuo ciudadano al que esquilman su patrimonio.
En este circo de plumas, micrófonos y cámaras no estarán todos los que son, pero los presentes conforman una patulea de vividores, de frikis, de cutres, de ostentosos e indocumentados, pero, sobre todo, de ladrones sin escrúpulos. Para sentarlos en el banquillo, la Junta de Andalucía -la misma que no olió a podridoha habilitado un patio de Monipodiode 360 metros cuadrados dotado de una tecnología que hasta papá Gatesse haría cruces. Vamos a poner altavoz de alta definición al escándalo, que sepan en el mundo que no nos quedamos en la bata de cola ni el toro enamorado de la luna, aquí se delinque con todas las de la ley, porque se hace desde las instituciones. Cuenta la instalación con un sistema de videoconferencias, unidades de audio, de vídeo, sala para testigos protegidos, traducción simultánea para incontables idiomas -los chorizos se explican en germanía-, y otras virguerías albardadas de megas, un gasto disparado hasta cifras que nunca se conocerán, de la misma manera que jamás se recuperará un euro de los millones robados.
Pobre España honrada, además de eso, pagar la cama.
Autor Francisco Javier Zudaire visto en diariodenavarra.es
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