Cuando menos lo esperábamos todo se ha aclarado. Un estudio sociológico nos informa que la siesta española es un mito, que solo un pequeño número de españoles sigue con fidelidad tal costumbre. Ahora es cuando empezamos a explicarnos la mayor parte de esas desgracias que en los últimos tiempos se nos acumulan. Y es que cuando se desafían las tradiciones puede uno esperarse las peores consecuencias.
Aquella siesta, de pijama, padrenuestro y orinal, que nos trasladaba de una orilla a otra de los afanes diarios, pértiga que acortaba distancias, confluencia de todas las divergencias, bifurcación de la vida, fin que no era fin, comienzo que no era comienzo, tránsito, llegada, regreso ... ¿dónde estás? ¿por qué nos abandonas? ¿qué te hemos hecho? ¿es que no te dormíamos bien y por eso nos castigas?
Sabemos, por el bachillerato y por la lectura de los clásicos, que la siesta era la propina que quedaba del descanso nocturno. Y es que, mientras dormíamos por la noche, hacíamos un pequeño ahorro y lo metíamos en la hucha del sueño y de ahí, de esa economía modesta, salía la siesta. Que nos permitía, además, completar el sueño que estuviéramos soñando, y que habíamos dejado como en suspenso, para ponerle a la hora de la siesta el final adecuado y más acomodado a nuestros deseos (a nuestros sueños, precisamente). Debussy, que escribió mucha música y dedicó una composición a la siesta de un fauno, pudo crearla porque era un noctámbulo empedernido dado a las drogas y a la absenta y, como apenas dormía por las noches, utilizaba la siesta para soñar siestas, las suyas y las del fauno. Ponerlas en el pentagrama después era ya coser y cantar, sobre todo para el genio innovador de Debussy.
Se ha averiguado además por los especialistas que, a lo largo de la historia, nada ha sido más temible para la pesadilla que la siesta, sabedora de que contra ella nada podía pues que aquella vive de la noche, de sus negritudes y pesadumbres. Dijérase que la siesta ha sido la pesadilla de la pesadilla. Y es que, bien mirado, por el día, la pesadilla no es nada, la vemos retraída, anda en retirada, como cabizbaja y desmayada, sabiendo que no tiene espacio donde fabricar sus angustias. En la siesta, en una buena siesta, esas que se consagran tras una paella o una fabada, no hay sitio más que para los sueños placenteros, y de ahí la batalla tan feroz que siempre ha librado la pesadilla contra la siesta. Ha sido la lucha del ángel bueno y el malo y ahora resulta que los sociólogos nos dicen que ha ganado el malo. ¡Puerco mundo!
En las casas antiguas españolas de postín, las que salen en las novelas históricas de Manuel Fernández y González, estoy hablando de la época en que aún existían condes y príncipes de verdad, había la habitación para dormir y otra independiente para la siesta como había la habitación de los señores y la del servicio. Porque, aun cuando puede parecer que la siesta era la continuación del sueño por otros medios, lo cierto es que casi nada tenía que ver la una con la otra pues la siesta era el estrambote que utilizábamos para poner en limpio todo lo que había quedado dispuesto en sucio por la noche. Es decir, cuando el sueño se hacía fino, se ahilaba y se ennoblecía, nacía la siesta. La siesta, amigo lector, es cosa de señores y de muchos blasones.
Este ha sido todo su misterio y esto es lo que ha quedado sepultado. Malhaya sea el sociólogo que, en lugar de dormir la siesta, nos descorre las cortinas del secreto y nos deja a la intemperie, en una vigilia precursora de los peores males.
Por eso, a partir de ahí, ya se entienden la ansiedad sexual, los problemas de erección, el plan Bolonia, la baja calidad del semen, los activos tóxicos, la caída del consumo, los espías, el PIB, las leyes, los decretos, los procuradores, los discursos, las estadísticas ... a veces hasta me da por pensar que el iconoclasta educado no tendrá más remedio que volver a la misa de doce.
Y es que todo se nos ha hecho un revoltijo repetido y aburrido. Porque, quitada la siesta, solo nos queda el bostezo.
Autor Francisco Sosa Wagner visto en Dura Lex
18 febrero, 2009
Hasta la siesta se pierde
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Relatos prestados
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