Si algo define la palabra "crisis" es la transitoriedad, la existencia de una situación temporal. Al principio, pensamos que se trataba de una cuestión de pisos, pero resultó que no era un problema local. Los Gobiernos intentaron apresuradamente apuntalar los muros pero ninguna de sus medidas dio los resultados esperados. Cada día hay más personas sin trabajo y, por si fuera poco, dejamos en la estacada a los inmigrantes legales, para que se sumen a los que cada día mueren en el mar o en la arena. La miseria, propia y ajena, genera desesperación, y la desesperación, violencia. ¿Qué modelo de sociedad necesitaremos para contenerla?
Lo que estamos viviendo no es una crisis sino algo permanente, el derrumbamiento del edificio que hemos construido, con sus sótanos húmedos y fríos y sus áticos de lujo.
Mientras tanto, los gurús de la economía capitalista nos vienen dando cifras a corto plazo sobre su duración, que van alargando a medida que se acerca la fecha pronosticada: 2009, comienzos de 2010, finales de 2010. En el extremo contrario, Alan Freeman afirma que van a pasar más de 15 años antes de levantar cabeza, pero nadie ofrece una explicación coherente sobre los criterios en que basan sus estimaciones. ¿A quién creemos? ¿Y por qué?
Habría que plantearse si lo que estamos viviendo no es una crisis sino algo permanente, el derrumbamiento del edificio que hemos construido, con sus sótanos húmedos y fríos y sus áticos de lujo. Quizás sea el momento de resucitar la utopía, de intentar lo imposible, creer en la posibilidad de un mundo mejor, exigir que se construya sobre unos cimientos más justos. ¿Qué podemos perder, cuando la Antártida se derrite.
Autor Ana Alonso F. Aceituno visto en El País
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