Vendieron productos basura e hicieron estallar el sistema financiero internacional. Obligaron a los gobiernos a gastar billones de dólares y euros para salvarlos y ahora convierten en negocio especulativo la enorme deuda pública contraída para rescatarlos. Cortaron el crédito y paralizaron las economías.
Son los bancos. Quienes provocaron la crisis quieren que la paguen trabajadores asalariados, pensionistas, trabajadores autónomos, pequeños empresarios… Y, como forzaron eliminar la banca pública, y sólo ellos prestan cuando quieren, ahora chantajean a los Estados: reformad los mercados de trabajo, privatizad las pensiones, reducid gasto social… o no compramos vuestra deuda pública. Éste es un lúcido resumen de lo que ha ocurrido y ocurre, según el economista Juan Torres.
Esta situación es pura y simplemente una dictadura. Una dictadura gangsteril perpetrada por el sector financiero. Dictadura solapada, maliciosa, disimulada, encubierta, camuflada, escondida, marrullera e hipócrita. Pero dictadura. Una dictadura que se pasa por el forro la voluntad ciudadana, extorsionando a quienes han sido elegidos por los ciudadanos y que gobiernan en beneficio del sector financiero, de la minoría privilegiada.
Esta dictadura sólo es posible con la complicidad necesaria de los políticos que elegimos y en los que delegamos el poder de la ciudadanía soberana. Por supuesto. Pero también por la deserción de los ciudadanos de su papel de ciudadanos.
La dictadura del sector financiero persiste porque los ciudadanos no les plantamos cara. Parece haber sólo quejas e ira. Y mucha confusión. Pero hay que reaccionar y practicar el consejo de Confucio: Es mejor encender una vela que maldecir la oscuridad.
Hacer algo.
Y, como recomienda Federico Mayor Zaragoza, releer la Declaración Universal de los Derechos Humanos para convencernos de que vale la pena luchar por los grandes valores éticos que son los derechos humanos. Derechos humanos significan justicia, dignidad y libertad. Que es lo que ahora necesitamos por encima de todo.
En Amnistía Internacional dicen que ellos son como el agua sobre la piedra: referencia al antiquísimo cuento en el que un maestro muestra a su discípulo cómo la gota de agua que cae constante desde el brocal de un pozo sobre la base de piedra llega a horadarla. Cuestión de tiempo.
En 1961, Peter Benenson, sobrecogido por la noticia de que dos estudiantes portugueses fueran condenados a siete años de prisión por brindar por la libertad durante la dictadura de Salazar, escribió el artículo Los presos olvidados, en el que pedía a los lectores que escribiesen cartas a las autoridades portuguesas expresando su apoyo a esos estudiantes para conseguir su liberación. Así nació Amnistía Internacional, que, enviando cartas corteses a las autoridades, en medio siglo ha liberado a casi 60,000 presos de conciencia o encarcelados sin garantías judiciales. Y también que se conmuten muchas penas de muerte.
En Euskadi, región autónoma de España, la banda terrorista ETA asesinaba a mansalva en los años 80 y había una densa complicidad colectiva por miedo. Un grupo reducido, Gesto por la Paz, decidió que cada vez que una persona fuera asesinada, ellos se concentrarían en la calle, silenciosos y sin pancartas.
Este movimiento cada vez tuvo más seguidores y contribuyó a cambiar la actitud ciudadana frente a los asesinatos, enfrentándose a la violencia sin violencia, condición necesaria para empezar a abordar la falta de paz en la región. Algo así hicieron las madres y abuelas de mayo en Argentina contra la dictadura militar y hoy muchos “milicos” están en la cárcel.
Los ciudadanos debemos enfrentarnos a la dictadura financiera y a los gobiernos que la sirven. Sin ira, sin violencia; incesantemente, con inteligencia, tenacidad y, si es posible, con humor e imaginación. Llamando a las cosas por su nombre (que no es insultar). Mostrando que somos más que ellos, que la soberanía es nuestra.
Y reivindicando.
¿Por qué no exigir que los bancos cumplan su función de conceder créditos? ¿Por qué no reivindicar que vuelva a haber banca pública? ¿Por qué no exigir que se investigue, juzgue y castigue a los especuladores? ¿Por qué no reclamar que se recorten gastos superfluos, suntuarios o militares, pero nunca el gasto social ni el que mueve la economía real? ¿Por qué no recordar un día sí y otro también a los gobernantes que son lo que son gracias a nosotros?
Que los ciudadanos se enfrenten a la dictadura financiera no es fácil, pero es absolutamente necesario. O tenemos crisis para rato; es decir: injusticia y sufrimiento.
Autor Xavier Caño Tamayo
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